Sin embargo, una y otra vez retornamos al pasado tratando de retener un aroma, un color, una emoción...
Mientras
lo hacemos con el pensamiento, el pasado no nos desilusiona, sigue ahí,
esperando que lo evoquemos: esas noches de invierno en que sumergidos
en un libro disfrutábamos del calor del hogar; el amigo que tuvimos y
que amamos; la calle que nos vió llegar en esas madrugadas de reuniones y
camaradería.
Pero
si volvemos, si viajamos hasta esa calle, ese amigo, aquel invierno, la
realidad nos golpea con su cotidianeidad, su grisura, su extrañez.
Varias
veces volví a las calles de mi niñez, busqué en las paredes, la gente,
las veredas –un poco más rotas, desteñidas-, pero no encontré nada. No
hay huellas de mi paso, no hay gentes que recuerden. Aún cuando el
edificio está allí, no me reconoce ni sabe quién soy. Y ese olor, ese
sabor ya se han ido con los años que quedaron atrás.
Nada
puedo decir que no se haya dicho de mis tentativas por revivir el gusto
y el aroma del pasado. Sólo las palabras, inútiles y vacías, intentan
transmitir la pequeña anécdota, los sentimientos, el clima de esos días.
Pero
el peso de mi tapado azul, el frío sobre mi piel, el gusto de aquel
helado en el húmedo verano que pasó, el retumbar de nuestros pasos en la
calle solitaria, todo eso quedará en mi memoria, esperando...
de Ester Mann, coordinadora de talleres y escritora argentina radicada en Israel
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1 comentario:
Ester, que bueno encontrarte aquí. Otra forma de volver. Ely More
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