14.9.05

"Gilgamesh, el rey eterno"

Para participar de la Convención de Escritores en Lenguas Europeas es imprescindible presentar una ponencia.

Los temas, en esta oportunidad, debían versar sobre los inicios de la literatura o sobre los primeros escritores de cada país.

Particularmente, me remonté a la obra escrita más antigua de la historia: “La epopeya de Gilgamesh”, y mi enfoque se basó en su obsesión por la búsqueda de la eternidad.

Presenté mi ponencia bajo el título de “Gilgamesh, el rey eterno”, y le coloqué un epígrafe de Jorge Luis Borges: “Leemos en ‘El Timeo de Platón’ que el tiempo es una imagen móvil de la eternidad.”

A partir de allí, desarrollé la “imagen móvil” de aquel rey sumerio que fue inmortalizado hace alrededor de 5.000 años, mediante caracteres cuneiformes, sobre doce tablas de arcilla que hoy, rescatadas de las ruinas de la biblioteca de Arsubanipal (el último gran rey de Asiria), se conservan en el Museo Británico.
“Diríase que todo ya está en este libro babilónico”, había indicado Borges. Efectivamente, en él se prefiguran el (luego bíblico) diluvio universal, los doce trabajos de Hércules, el descenso a la Casa de Hades en La Odisea, el de Eneas y la Sibila, y en la Divina Comedia, además de innúmeros pasajes de otros textos que se han escrito (y se seguirán escribiendo).
Es más, Isaac Asimov señaló: “Si los siguientes nombres: Anu, Enkidu, Mashu, Uruk, le recuerdan a El Simarillion de Tolkien, pues debe saber que corresponden a La epopeya de Gilgamesh”.
Indudablemente, las hazañas de aquel rey que se transformó en leyenda, adquieren una relevancia suprema al haber sentado las bases de la literatura. Hazañas que, finalmente y en cierto modo, lo llevaron a encontrar la eternidad.
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