Vale todo

Varias veces me he encontrado con cuestionamientos acerca de lo que se considera correcto en literatura con respecto a la publicación de los textos.
Uno de ellos, por ejemplo, se trata acerca de si es aceptable editar un libro en un formato pequeño, o con el lomo espiralado, o hecho en computadora. A lo que invariablemente contesto que en éste, mi tránsito por las letras, he visto textos impresos dentro de las más variadas formas. Se trata de un con-texto tan libre como la propia escritura y, por lo tanto, es lícito recurrir a lo que la imaginación nos dicte o a lo que el bolsillo nos permita.
Muchos autores famosos, de esos de primera línea (y sobre todo de esta trasquilada América Latina), en su momento, no han dejado de publicar por no poder hacerlo convencionalmente; se las ingeniaron recurriendo a cuadernillos, a hojas plegadas de forma acrobática, o en rollos, o compaginaciones artesanales, etc. En fin, según se les dieron las ganas… y el cuero.
Francamente, no creo que el tipo de edición mejore o empobrezca los textos; la excelencia sólo depende de lo que dicen y cómo fueron escritos. Lo que es malo no ganará ni un ápice por más que se lo embellezca fortunas mediante.
Si vamos al caso, tampoco es raro ver textos cruzados; algunos de un libro en otra publicación y otros de ésta en una tercera. De hecho, es más frecuente de lo que se pudiera pensar.

Otra inquietud se refiere a si se pueden corregir posteriormente los textos que ya han sido publicados.
En cierta oportunidad he debatido intensamente este tema con el superlativo poeta Máximo Simpson (a quien el recordado Héctor Yánover incluyó en su selección "La mejor poesía"). Él me ganó: Jorge Luis Borges solía corregir sus escritos, basta con comparar distintas ediciones. Como muestra final y rotunda, comprobamos que su famoso poema “Fundación mítica de Buenos Aires”, originalmente (y sin tanta fama) había sido titulado “Fundación mitológica de Buenos Aires”.
Y si Borges lo dice…

por Lina Caffarello
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