Sabe que hay una lluvia para su sed de siglos.
No llora.
Sólo crece en la fuerza que la impulsa.
Brillando en sus pupilas
lleva grabada a fuego la señal de su raza.
Olfatea la lluvia
y va
con su paso cansino pero firme
hacia el lugar sagrado donde nacen las aguas.
de Julio Aranda - Buenos Aires, Arg.
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