Casi de manera increíble, este fantástico 2005 está llegando a su culminación.
Fue un año de insomnios y de oraciones, de esfuerzos y de logros, de sobresaltos y resplandores.
No hay quejas, los deseos concedidos fueron muchos. Los poetas y escritores argentinos, día a día nos consolidamos en el verbo y en esa red inefable que se despliega sobre el mundo. Sentimiento y universo, nudo tras nudo, van tejiendo lazos entre distintas latitudes.
Ciertos conjuros han atraído hacia la Argentina, desde países lejanos, a amigos en las letras y en el alma. Es así como pudimos celebrar la palabra del escritor Andrés Aldao (Capitán, genio y figura) a quien la alfombra mágica portó desde Israel.
Algún prodigioso hechizo nos permitió darle un fuerte apretón de manos a Cintio Vitier, y el abrazo del reencuentro a Reynaldo García Blanco. Ambos, consagrados poetas cubanos.
A la inversa, sortilegios hispánicos me han llevado hasta las tierras andaluzas en donde pude abarcar su fervoroso canto poético, así como aprehender de primera mano la expresión de otras culturas (entre ellas, la cautivante poesía japonesa).
No hay quejas, no. Sólo agradecimientos entrañables y profundos para este año que se ha prodigado en realizaciones. Estímulos que ensanchan los ánimos y la creatividad, y nos incitan a trabajar con ahínco para que al nuevo 2006 también le apetezca apadrinarnos.
Muchas felicidades para los colaboradores y lectores de El Escribidor.
¡Que construyan hermosos proyectos y multipliquen sus éxitos!
Lina Caffarello
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