Los tres jóvenes tenían las cabezas rapadas y parecían peligrosos. Habían sido convocados por el profesor Próspero Pérez en una vieja casa del barrio de la estación de trenes. Faltaban unos minutos para las doce de la noche y los cuatro estaban sentados alrededor de una antigua mesa, en el sótano.
"Cualquier ciudad de más de cien años tiene fantasmas y este es uno de los barrios más viejos de Necochea", dijo el profesor. "¿Usted está diciendo que aquí hay fantasmas?", preguntó uno de los muchachos.
"Por supuesto que hay fantasmas", afirmó el viejo Pérez. "¿Y por qué supone que eso puede interesarnos?", quiso saber otro.
"Si bien ustedes no me conocen, yo los conozco muy bien. Sé que son neonazis", dijo el viejo y los tres se sobresaltaron.
"Hace 60 años, un submarino nazi llegó a nuestras costas", agregó Pérez, sin prestar atención a las amenazantes miradas de sus oyentes. "Aunque nunca se ha podido probar, varios líderes del partido desembarcaron aquí, y con ellos una importante cantidad de cajones con lingotes de oro, que fueron enterrados cerca de nuestra ciudad y nunca recuperados".
Los tres jóvenes se miraron asombrados. "¿Y qué tiene que ver eso con los fantasmas?", preguntaron casi a coro. "En esta casa vivía el hombre que ayudó a aquel grupo de nazis a enterrar el tesoro. Murió hace 50 años. El sujeto era un asesino, malvado y muy desagradable", susurró Pérez. Del bolsillo del saco extrajo un pequeño libro en cuya tapa decía: "Conjuros y hechizos para convocar espíritus y demonios".
"Necesito a tres personas para invocarlo. Y sé que devolverlo al lugar de donde viene será muy difícil. ¿Quieren acompañarme a hablar con el tío Fritz y preguntarle dónde enterró el oro?", preguntó Pérez. Y su sonrisa dejó traslucir su ambición y cierta locura...
de Juan José Flores, Necochea, Argentina
Foto tomada por Elena Larre, esposa de Juan José, quien está acompañado por su hijo Juan Cruz.
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