Se fue Ray Bradbury
Para
despedir al genio de la literatura que fuera elogiado por Borges, quien
lo responsabilizaba de haber escrito el momento más terrorífico de la
literatura (Tercera expedición a Marte), el Profesor Jurado,
febril bradburyano, nos envía este texto antes de viajar a Illinois como
parte de una extensa investigación sobre el autor norteamericano.
Pocos son los escritores que, como Ray Bradbury (Waukegan, Illinois, 22 de agosto de 1920 - Los Ángeles, California, 5 de junio de 2012),
lograron cautivar a lectores de distintas edades y lectores con
diversos horizontes de expectativa. Bien podemos leer a los niños
algunos cuentos de Las doradas manzanas del sol (1952; trad.1962) o algunas Crónicas marcianas (1946; trad.1955), como bien podemos leerles fragmentos de Fahrenheit 451,
para despertar en ellos el viaje y el ensueño, la pregunta y las ansias
de saber. Del mismo modo, en la vivencia de los imaginarios
interplanetarios de nuestros jóvenes de hoy, obsesionados por los videos
de la ciencia-ficción, es notable el acoplamiento con estas historias
que reclaman de sus lectores un juego comparativo entre lo que es el
hombre moderno y lo que podrá ser en siglos venideros. Y en la
representación de estos mundos del futuro, Bradbury ha logrado
introducir con maestría y con una enorme capacidad simbólica el amor
entre los jóvenes pero también el desamor y el tedio de los adultos.
Para presentar alternativas a este tedio del hombre de las grandes
urbes, Bradbury propone el relato policíaco y de misterio, sin extraviar
la punzada estética, alegórica e irónica. No cabe duda que ha pensado
en el lector, cualquiera sea su condición, con la esperanza de que los
libros sigan animando el espíritu intelectual de los seres humanos.
La
obra de Bradbury constituye una propuesta para la formación de lectores
y, en consecuencia, para repensar y responder a las preguntas que se
plantea la educación contemporánea. Hay una preocupación pedagógica en
este modo de invocar a la ecología, a las teorías de la física y de la
astronomía, en la reivindicación de la música clásica, de la historia,
la arqueología, la filosofía, el sicoanálisis y, por supuesto, a la
literatura misma. Es ese poder intuitivo y sensible sobre la mismidad
humana, sobre su devenir y su deterioro, lo que hace que la narrativa de
Bradbury nos convoque y nos ponga en diálogo, para la desenajenación y
la construcción de nuevos destinos.
La
literatura, como elaboración artística del lenguaje y de los hechos
humanos es, junto con la investigación científica y las diversas
expresiones artísticas, la única experiencia que posibilita la
des-automatización, si por ello entendemos una recuperación de la
sensibilidad frente al asombro de lo que es el mundo. En la lectura,
opera la desautomatización cuando nos sumergimos en el universo ficticio
de la obra y estando dentro de ella sentimos la interpelación de
múltiples voces.
Diría
que en todos los textos de Bradbury, como en las grandes obras de arte,
hay una permanente interpelación acerca de lo que es o será la vida
humana. Después de miles de años de "civilización", el hombre no ha
dejado de ser primitivo, parece decirnos Bradbury a través de sus
narradores. El desarrollo de la ciencia en lugar de enaltecer a la
humanidad la ha conducido hacia una continua corrosión, a una
robotización desenfrenada y por tanto hacia el aislamiento y la mudez;
hacia la mudez, porque estos hombres que se nos representan en cuentos
como "El peatón", "El asesino", "Nunca más la veo", "Bordado" y "La fábrica",
entre muchos otros, son seres sin rostro, por cuanto en la reificación
propia de las grandes urbes prevalece el desconocimiento del otro. Pero
llama la atención que siempre entre estos seres, o entes, y como una
esperanza, se destaque un hombre o una pareja para al menos preguntarse
por lo que es el universo.
Ese
ser diferente que se destaca sobre los demás, por su capacidad
liberadora, en muchos casos es el escritor, en otros casos es el
arqueólogo o el investigador científico. Esta manera de pensar y de
sentir distinto, respecto a los otros, los reificados, conduce a miradas
punitivas y a su identificación como delincuentes de parte de
autoridades omnipresentes. El escritor es, en efecto, un delincuente y
las obras literarias son objetos perversos e inútiles que poco sirven al
hombre: esto es lo que fundamentalmente se nos representa en Fahrenheit 451,
quizás la obra más comentada y elogiada por la crítica, tanto por su
elaboración literaria como por su magistral adaptación al cine y a la
ópera.
Varios son los cuentos en los que el escritor, o el poeta, participa como protagonista o como testigo. En "El peatón", Leonard Mead, escritor, camina durante horas todas las noches.
“Todas
las noches, pasaba ante casas de ventanas oscuras y parecía como si
pasease por un cementerio; sólo unos débiles resplandores de luz de
luciérnaga brillaban a veces detrás de las ventanas. Unos repentinos
fantasmas grises parecían manifestarse en las paredes interiores de un
cuarto, donde aún no habían cerrado las cortinas a la noche. O se oían
unos murmullos y susurros en un edificio sepulcral donde aún no habían
cerrado una ventana. [...]. La calle era silenciosa y larga y desierta, y
sólo su sombra se movía, como la sombra de un halcón en el campo. Si
cerraba los ojos y se quedaba muy quieto, inmóvil, podía imaginarse en
el centro de una llanura, un desierto de Arizona, invernal y sin
vientos, sin ninguna casa en mil kilómetros a la redonda, sin otra
compañía que los cauces secos de los ríos, las calles. [...]. Luego de
diez años de caminatas, de noche y de día, en miles de kilómetros, nunca
había encontrado a otra persona que se paseara como él”. (En Las doradas manzanas del sol, p. 20).
Sólo
un hombre camina en la noche mientras los demás viven en el encierro,
enajenados por la televisión. Los edificios no son más que una suma de
nichos o de bóvedas mortuorias en donde los hombres viven y mueren,
porque allí lo tienen todo; protegidos en estos nichos-apartamentos los
seres humanos han podido extinguir el homicidio y el atraco y el único
delincuente es quien camina solitario por las calles, para nuestro caso
el escritor. Así, Leonard Mead es detenido e interrogado por un carro
computarizado y luego condenado al "Centro Psiquiátrico de Investigación
de Tendencias Regresivas", bajo el delito de caminar solo en la noche,
no tener profesión, no ser casado y no tener televisión en la casa.
El
cuento "El asesino" nos presenta la historia de un personaje que
siempre quiso ser escritor y que fue condenado por haber dado muerte a
todos los objetos electrónicos de la casa, empezando por el teléfono
porque le aterrorizaba desde la infancia:
“Un
tío mío lo llamaba la máquina de los fantasmas. Voces sin cuerpo. Me
ponía los pelos de punta. Más tarde, nunca me sentí cómodo. El teléfono
me parecía un instrumento impersonal. Si a él se le ocurría, dejaba que
la personalidad de uno fuese por sus cables. Si no lo quería así, lo
mismo le sacaba a uno la personalidad hasta que por el otro extremo
salía una voz de pescado frío, toda acero, cobre, plásticos, sin calor,
sin realidad. Es fácil decir alguna inconveniencia cuando se habla por
teléfono; el teléfono cambia el significado de las frases. [...]. Ahí
está, exigiendo que uno llame a alguien que no quiere que lo llamen. Mis
amigos estaban siempre llamando, llamando, llamándome. Demonios, no me
dejaban tiempo para nada. Cuando no era el teléfono, era la televisión,
la radio o el fonógrafo eran las películas en el cine de la esquina,
películas proyectadas en nubes bajas, con publicidad. [...] Cuando no
era la música, eran los intercomunicadores de la oficina, y la cámara de
horror de una radio pulsera desde donde mis amigos y mi mujer me
llamaban cada cinco minutos. [...]. Y un desconocido me llama y grita: Esta es la encuesta Encuentra-Rápido. ¿Qué caramelo de goma está masticando en este instante? (En Las doradas manzanas del sol p. 71).
También
en este cuento el protagonista es sometido en una celda-sanatorio en
donde permanentemente es objeto de interrogatorio por el siquiatra. El
paciente, como el escritor o el artista que se nos representa en estos
cuentos, vive la felicidad del aislamiento y del silencio; pero en este
cuento el protagonista es empujado por la conciencia del superhombre; la
idea de ser el único que podría salvar a la humanidad aniquilando a los
"malos", conduce a este múltiple homicidio:
"A
la mañana siguiente me compré una pistola. Me embarré los zapatos a
propósito. Me planté ante la puerta de calle. La puerta chilló: '¡Pies
sucios, pies embarrados! ¡Límpiese los pies! ¡Por favor sea aseado!' Le
disparé un tiro por el ojo de la cerradura. Corrí a la cocina, donde el
horno lloriqueaba: '¡Apáguenme!' En medio de una tortilla mecánica,
enmudecí la cocina [...]. Entonces sonó el teléfono, como un murciélago.
Lo eché en el sumidero mecánico. [...]. Luego fui y maté el televisor,
esa bestia insidiosa, esa Medusa, que petrifica a un billón de personas
todas las noches con una fija mirada, esa sirena que llama y canta y
promete tanto, y da, al fin y al cabo, tan poco, y yo mismo siempre
volviendo a él, volviendo y esperando, hasta que... ¡pum! Como un pavo
sin cabeza, mi mujer salió chillando a la calle. Vino la policía. ¡Y
aquí estoy!" (En Las doradas manzanas del sol, p. 76).
Estos
son pues los signos patéticos de la reificación humana, hacia los años
2.050, según lo muestra Bradbury en estos relatos que tanto nos
conmueven. Todos los procesos punitivos parecen estar focalizados ahora
en el entorno de la demencia y la locura, en donde los hombres cuerdos y
sensatos, los que por momentos recuperan la conciencia de lo humano,
son los locos; las cárceles son entonces los sanatorios y los hospitales
psiquiátricos, y aún allí los ruidos electrónicos perviven como formas
de adaptación y de terapia. El hombre que no logra adaptarse al ruido y
al estruendo, es un desquiciado, un hombre enfermo.
Ray
Bradbury nació en Illinois, en el año de 1920 y murió en el 2012;
cultivó el cuento, la novela, la poesía, el teatro, fue inventor y
diseñador arquitectónico. Publicó veintitrés libros, la mayoría de los
cuales se han traducido al español, a casi todos los idiomas
occidentales y a lenguas de oriente. Borges tradujo al castellano, y
reivindicó, la obra magistral Crónicas marcianas. En esta obra
los hombres, como una plaga (langostas, se les denomina en una de las
crónicas) conquistan Marte, cual paraíso buscado desde las primeras
guerras atómicas en la tierra; los terrícolas comenzaron con excursiones
a Marte y luego se fueron quedando, fundando aquí una venta de
salchichas, allá una prendería, más allá una venta de armas, almacenes
de ropas, salones de juegos, sumideros de basuras, acumulación de
chatarras. Marte vuelve a ser la tierra y, como la tierra, será también
un planeta destruido y solitario hacia el año 2.030; todos los hombres
mueren y sólo algunas naves vagan en el espacio sideral buscando otro
paraíso, otro paraíso perdido.
Fuente: Con-fabulación No.236
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