Él, arquitecto de sueños tomó la idea.
Que no haya secretos. Que todos puedan verse.
Y construyó la casa transparente al filo de un acantilado.
El mar le hizo un guiño, pero aun no podía descifrar su voz.
Que no haya secretos. Que todos puedan verse.
Y construyó la casa transparente al filo de un acantilado.
El mar le hizo un guiño, pero aun no podía descifrar su voz.
Si entendía la desnudez de
la voz del trueno y del cielo.
De cristal los muebles, las telarañas, los leños.
Por galerías pálidas un pez de humo y una niña de niebla.
Y los ojos…ah. Los ojos.
La madre, las hermanas, las esposas.
Sólo el padre faltaba.
Y el Padre bajó del paraíso y se instaló la vergüenza.
Quien ríe, quien llora, quien ama, quien odia.
Ni una gota de sombra para esconder los miedos.
Él, arquitecto de sueños y quimeras.
Tomó su mano de alborada. Se miraron…
La empujó suavemente, con una fidelidad de madreselvas.
Era domingo de misa y la soledad y el mar, acompañaban.
De cristal los muebles, las telarañas, los leños.
Por galerías pálidas un pez de humo y una niña de niebla.
Y los ojos…ah. Los ojos.
La madre, las hermanas, las esposas.
Sólo el padre faltaba.
Y el Padre bajó del paraíso y se instaló la vergüenza.
Quien ríe, quien llora, quien ama, quien odia.
Ni una gota de sombra para esconder los miedos.
Él, arquitecto de sueños y quimeras.
Tomó su mano de alborada. Se miraron…
La empujó suavemente, con una fidelidad de madreselvas.
Era domingo de misa y la soledad y el mar, acompañaban.
de Amelia Arellano, San Luis, Argentina
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