25.12.14

El convento

            El jardín hilachado por la luz y la ausencia de movimiento daba a las paredes del convento un color rosado casi virginal.            Trepando por las columnas los jazmines despedían oleadas de aroma y su color blanco se extendía hasta los mosaicos del piso.

            Repasé mis sensaciones mirando un cielo tan bajo que las estrellas parecían danzar en torno mío como Parcas sosteniendo el hilo de la luz.
            Atónita, me mordí los labios húmedos hasta sacar una gota de sangre que se depositó sobre mi mano cuando intenté acariciar una flor.

            Tumbada sobre una reposera la palabra desunida de los otros se mezcló a los sonidos de la noche. Quedé allí, en mis adentros, pensando en que si me movía el hechizo de los olores y las sombras detendrían ese instante fugaz.

            Lo indiscernible de las líneas de la luna en el aljibe, los mínimos pétalos flotando en el agua, el flash de la luz componiendo la noche y el caracol de tierra babeando sobre el mosaico acentuaron lo incomparable de ese espacio vaciado de palabras.



de Estela Barrenechea, Buenos Aires, Argentina

- Evocación a las convenciones de escritores realizadas en la Casa Diocesana de Málaga, España-
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