Estuve toda la tarde del domingo
acompañada por mi poeta suicida: un libro
de tapas duras
con una flor intensa en la portada.
Blancos tramos de luz se habían filtrado
por las hendijas estrechas
de las cortinas de madera que
fracturaron los versos
renglón a renglón.
Toda la tarde respiré sus palabras
embriagantes
sus voces que traspasaron como luces
un puñado de décadas. La veo
escribiendo, su espalda encorvada
frente a la máquina portátil.
Las letras suenan como disparos
en un juego de niños,
las letras hacen repercutir su voracidad
sobre la mesa y llegan
hasta mí, hoy
domingo,
día caliente de sol
propicio para cruzar más límites, idiomas
otras franjas
más hondas e invisibles.
La muerte jugó la última carta en este asunto,
un movimiento de naipes
como letras clavadas en la tabla de madera,
otro rango en el parafraseo de los golpeteos:
invariablemente se trata de cruzar
alguna clase de espacio.
Y aquí estamos las dos,
a pesar del calor y de sus fluctuaciones, la luz
en esta parte del mundo
se comporta de un modo esperable,
fluye
se enlaza en su vaivén
arquea las palabras
las corta en más pedazos
las multiplica
aún en este verano de piernas abiertas
y toldos desteñidos en despavoridas azoteas.
La sigo viendo a mi poeta
con su espalda encorvada,
ella
que convirtió a su máquina de escribir
en un diapasón
me mira sin asombro
desde otro domingo
lejos
me mira
enclaustrada
con sus inabarcables ojos.
acompañada por mi poeta suicida: un libro
de tapas duras
con una flor intensa en la portada.
Blancos tramos de luz se habían filtrado
por las hendijas estrechas
de las cortinas de madera que
fracturaron los versos
renglón a renglón.
Toda la tarde respiré sus palabras
embriagantes
sus voces que traspasaron como luces
un puñado de décadas. La veo
escribiendo, su espalda encorvada
frente a la máquina portátil.
Las letras suenan como disparos
en un juego de niños,
las letras hacen repercutir su voracidad
sobre la mesa y llegan
hasta mí, hoy
domingo,
día caliente de sol
propicio para cruzar más límites, idiomas
otras franjas
más hondas e invisibles.
La muerte jugó la última carta en este asunto,
un movimiento de naipes
como letras clavadas en la tabla de madera,
otro rango en el parafraseo de los golpeteos:
invariablemente se trata de cruzar
alguna clase de espacio.
Y aquí estamos las dos,
a pesar del calor y de sus fluctuaciones, la luz
en esta parte del mundo
se comporta de un modo esperable,
fluye
se enlaza en su vaivén
arquea las palabras
las corta en más pedazos
las multiplica
aún en este verano de piernas abiertas
y toldos desteñidos en despavoridas azoteas.
La sigo viendo a mi poeta
con su espalda encorvada,
ella
que convirtió a su máquina de escribir
en un diapasón
me mira sin asombro
desde otro domingo
lejos
me mira
enclaustrada
con sus inabarcables ojos.
Irma
Verolín, CABA, Argentina
De “Los días”.
Reportaje: http://www.diariosigloxxi.com/texto-diario/mostrar/1646723/irma-verolin-leo-conviccion-narrativa-excesivamente-llana
2 comentarios:
Sumamente interesante, 'renglón a renglón'.
Fernando Irazusta
Extenso.
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