Lo mira, baja la cabeza,
seguramente hablándole a su modo.
Entonces,
poco a poco
llega él hasta el pecho enriquecido:
se pega, traga, estira, se atraganta.
Y ella? en paz.
La madre gata no lo esquiva,
no fija tiempo, condición.
No hay lucha.
La madre gata no tiene senos que cuidarle a la lujuria
hurtándole a su hijo el alimento
y el hijo gato, claro,
no defiende, goloso, su derecho.
Y así estarán el tiempo que él decida
hasta que elija su camino:
estrenando un tejado,
en juego distanciado con la luna,
en su grito de guerra interminable
o el día del pez llevado hasta la espina.
de Georgina Herrera, Jovellanos, Cuba
Esta poeta ha publicado cinco poemarios.
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