La carne es otra superstición. Lo digo yo, unmístico, que ha visto el mundo como deglución,
como un proceso digestivo de Dios y los hombres.
“Hambre tenemos, filosóficos andamos”.
En sucesivas revelaciones se me ha mostrado
Dios aguzando, pinchando a su criatura.
He visto el movimiento del tenedor hundiéndose
en la carne con cierta muestra de deseo y un
vago remordimiento.
La carne succionada, herida, flagelada, redimida,
es una crisálida: en ella avanza el gusano.
Como en un ascensor cerrado, por la carne
ascendemos y descendemos. Lo digo yo,
hundiendo el tenedor.
Los pueblos más disímiles, las culturas más
diversas, no han podido sustraerse al influjo
de la carne, ya sea exaltándola, ya sea
reprimiéndola.
Los griegos, que lo inventaron todo, incluso
la ficción de ser griegos, nos han dotado de
precisas y hermosas etimologías, duras de
masticar. Por ejemplo, la palabra sarcófago,
que explicaría este proceso de deglución.
Sarcos: carne, y fago: comer. De ahí el
implacable ataúd que conduce al occiso
(el fiambre) hasta su última morada.
de Damaris Calderón, nacida en La Habana, Cuba, reside en Chile.
Poema que integra su libro “Duro de roer”.
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