30.8.12

XII

Andaba oculto el tiempo.
A veces parecía un nublazón,
otras veces silencio.

Cuando se apenaban lo veían. Y también
en la putrefacción
y el deseo.


Le hicieron un lugar en la manada.
Un extranjero triste.
Le daban a beber agua perdida,
hilitos de nada,
le daban a comer sus muertos.

Él devoraba sin mirarlos,
era una segunda sombra
ocupando todos los resquicios:
de la alegría el salto,
las grietas del olvido, los agujeros del miedo.

Desde entonces manda.
Desde entonces
como al fuego
a cada uno lo mata su nacimiento.

Se irá sin recordarnos.
dejándonos atrás
huesitos de un relámpago

( hojas se creían.
Y eran el viento.) 
 
de Leopoldo "Teuco" Castilla, Salta, Argentina
Poema seleccionado de su libro "Manada".
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